La palabra Amar no es para segundas personas, sino el amarse.
Y el amarse es autocuidarse.
Nadie se puede entregar si previamente no se posee. Por ello hay que tenerse, conocerse, cuidarse. Vivimos corriendo detrás de la eficacia y se nos escapa la vida sin saborearla. Perdemos la capacidad de asombrarnos, de disfrutar de los pequeños regalos que la vida nos hace, porque vamos siempre de prisa. Hay que saber encontrar lo insólito de lo cotidiano y dentro de nosotros mismos.
Yo soy único e irrepetible, mi momento también es único y no volverá a pasar. Si estoy pendiente del siguiente le quitaré fuerza a este instante, si estoy planeando el siguiente encuentro se me escapará las personas con las que estoy en el aquí y ahora.
Nuestro yo espiritual necesita de un alimento frecuente, más que diario, de sosiego, silencio,reflexión, lectura, música, belleza y oración. Pocas personas saben cuidar sus tres dimensiones personales. Tan malo es cuidar y amar el yo corporal y cuidar su parte espiritual.
El que tiene un yo espiritual sólido es más fuerte, más seguro, saborea la soledad como valor y disfruta de la compañía, se vuelve contemplativo y sabio para gozar la vida y descubrir lo mejor de cada persona.
